El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

jueves, julio 27, 2006

Gustos


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Que te gusta

Me gusta tener el monopolio de tu mirada sin ruborizarme para que no pienses que soy fuerte, para que no pienses que soy débil, para que no pienses.

Me gusta curiosear cuando te agachas, espiar la rabadilla, son slips, son boxers, no hay nada

Me gusta que me desees suavemente por timidez y estruendosamente por gusto. A la chita callando y a grito pelado. Deseame, en resumen.

Me gusta que te quedes callado para no peder el rastro, que me persigas con pasos de gato grande, que la pared me detenga y que tu me des caza. Que me digas, me gustan tus rizos. Que te gusten mis rizos

Me gusta que me des un beso sin cuidado durante un tiempo interminable.

Me gusta que te detengas y alejes la boca un poco, aunque siempre a mi alcance. Que me hagas de rabiar evadiéndola de mi, que retornes, eso siempre.

Me gusta que te rías y que me mires, que te pongas serio y que me mires que me abofetees la lengua a mordiscos sin mirarme.

Me gusta que te preocupes por si me has hecho daño y que me sanes tiernamente.

Me gusta que se te olviden de nuevo las suavidades que me vuelvas a besar enfebrecido y que tus manos se despierten y me despejen y me ocupen el vientre.

Me gusta la incertidumbre de pensar si tus manos ascenderán o resbalarán. Que resbalen.

Me gusta que te detengas en las bragas el tiempo exacto como para que se me calientes los cascos un poco más y que luego recobres la decencia remontando la cintura, agarrando el culo con ambas manos, arañándome las nalgas, dejándome tu rastro y no tu memoria

Me gusta que me dejes un poco de aire, que pasen los ángeles, que dios se tape los ojos (si señor, otra vez pecando, que vamos a hacerle, me pasa usted un buen día) y que el tiempo me corresponda.

Me gusta por tanto magrearte por encima del pantalón, conocer la respuesta de antemano… esas cosas me gustan. Me gusta sonreírte y tragar saliva y estremecerme un poco, pero nunca menos que tú.

Me gusta que te olvides ya de tanto culo y que le dediques un poco de atención a mis pechos que ya va siendo hora. No importa si haces parada en la cintura o en los brazos. Me gusta que le dediques un par de piropos a los codos para que no se pongan celosos.

Me gustaría que me arrancases la blusa de un tirón si luego me coses los botones. Si se te da bien enhebrar ya sabes. Si no, cariñosamente.

Me gusta que te quedes mirándome las tetas como un bobotonto que te despidas de mi boca aún sedienta y que me mojes los pechos… y otras cosas.

Me gusta darme cuenta de cómo comienza el olvido y sentir como mi cuerpo tiembla desvergonzadamente en cada centímetro, sin importarme.

Me gusta enrabietarme, tomar el timón, decidir, convertirte en guiñapo, muñeco, monigote, en nada.

Dejarme la blusa a medio poner, la decencia completamente quitada y el resto de la ropa en el recuerdo. Me gusta agarrarte la polla con saña, llenarme la boca de agua, saberte en mi poder, que me rindas pleitesía, que me muestres respeto, que te postres, que aproveches para devorarme. Cerrar los ojos…

Me gusta que mis manos guíen tu miembro hacia mi vagina que te busca y que te encuentra, saltar sobre ti frenéticamente, que me llames puta siempre y cuando me pidas perdón cuando nos relajemos.

Me gusta morir de aquella manera, quedarme embobada mirando el techo, atravesándolo, mirando al cielo, atravesándolo, mirando a dios, atravesándolo.

Me gusta que te quedes un rato que luego te vayas, que no digas nombres, que si que los digas pero otra tarde más cuerda. Que te vayas si te lo pido, que te quedes si no dije nada.

Me gusta que esa noche me digas que me quieres. Y que otra no, pero lo pienses. Me gustas tu.

Estamos en el videoclub

Lo vuelves a repetir. ¿Que te gusta?

Y yo te respondo.

Bah. Cualquier cosa. Una comedia romántica estaría bien.

Y tu, bobotonto querido, a estas alturas tirando a gilipollas, me haces caso a lo que te digo e ignoras lo que pienso, y así, sin pensar, pensarás que solo te quiero como amigo, cogerás cualquier bobada empalagosa que veremos en tu casa o en la mía y nos diremos un buenas noches que recorrerá dando besos cada una de las paredes de la casa y se posará en mis oídos como una puta condena.

En fin

martes, julio 25, 2006

Micifú

Ardo, tiemblo, al salir del sol y entrar en esta sombra

Virgina Wolf



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Un chico un adolescente que está a punto de dejar de serlo al que se le va la vida a la vera del mar, que no es mala manera, irse se va a ir de todas formas así que el lugar en el que eso pase adquiere su importancia. Lee las olás, las de VW y escucha las olas, las de toda la vida.

Se debería estar bien, es más, deberíamos estar obligados a estar bien. El ayuntamiento en cuestión debería indicar mediante carteles que está prohibido que los niños salpiquen de arena a los adultos y que los adultos estén melancólicos y reflexivos. Debería disfrutar de las obras de arte, ensimismarse de vaivenes, darse un paseito, jugar con las palas, construir castillos de arena que ya se sabe lo que duran, refundir Camelot, contemplar a Ginebra, resucitar la cornamenta de Arturo, echarle de nuevo las culpas a Lanzarote, salir corriendo como una rata hasta llegar a una playa, sentarse, volver a las olas, las que se escuchan, las que se leen

Y sin embargo, la cabeza en otro sitio mucho más seco, en el que ni se lee ni se escucha. Un lugar quieto y sin sombra en el que una Doris Day con veinte kilos de más, teñida de bote y despeinada, con el maquillaje corrido, con la garganta desgarrada -el alcohol, los recuerdos quizá- repite machaconamente en su adolescente cráneo que será será, harta de preguntar, harta de no encontrar respuestas.

Y en el estómago las punzadas que el miedo le dedica, el miedo de respirar demasiado, el miedo de respirar poco, de hacerlo eternamente o de no volverlo a hacer. Y en medio de tanta Doris Day y de tanto susto y de tanta reflexión de mierda, nota como el mar se estira todo lo que puede y disloca sus bosques de coral y quebranta por igual placas continentales y leyes internacionales para auparse lo más posible y lamerle el pie, como un gigantesco gato de las mareas que intenta consolarle con cosquillas

Le sonríe, le toca la cocorota y vuelve a las olas, las que se escuchan las que se leen. Doris Day ha tenido el detalle de callarse por un instante. Ha visto el mar y ha dejado de hacer preguntas estúpidas.

lunes, julio 24, 2006

Trilogía del bicho. Episodio III: MEMORIAS DE AGRIPINA

Al despertar la mosca todavía estaba allí

Este cuento comenzaría de esta guisa si no fuera porque otro cuento también empezaba (y terminaba) de idéntica forma con un dinosaurio de diferencia, no sea que a su autor le de por demandarme. Pero mejor pensado y dada la condición de difunto de Monterroso y la escasa repersución de estas páginas, creo que es un buen principio.

Así que

Al despertar la mosca todavía estaba allí.

Posada en el dorso de mi mano a escasos centímetros de mi cabeza durmiente, velaba mi sueño. O así parecía pues al despertar inmovil, solo los ojos distintos, la mosca siguio quieta sin dar muestras de espanto ni emprender los alocados vuelos tan propios de su especie. Ni siquiera cuando me incorporé o trate de ahuyentarla con un manotazo al aire ella consintió en alejarse. No se como se llamaba realmente pero yo la bautice Agripina la dulce. Agripina por sus devaneos con el sexo (y la especie) contraria y la dulce porque en verdad no podría haberle llamado de otra manera

Agripina la dulce estaba enamorada no hay que ser muy perspicaz para comprenderlo. Por las noches batía las alas cerca de mis ojos para refrescarlos. Por las mañanas se quedaba fuera mientras me duchaba y cuando salía encontraba corazones dibujados en el vaho del espejo. Venía conmigo al trabajo y comía los trocitos de carne directamente de mi mano.

Sin embargo una noche se puso violenta con mi novia. Agripina la dulce era mosca celosa, al parecer y la presencia de una mujer en la misma mesa por la que ayer volaba como si fuera la dueña era más de lo que podía soportar. Las alas afiladas, insultante el zumbido, golpeo las adorables pupilas azules de mi chica. Ante su amenaza de "o ella o yo" no tuve mas remedio que coger de las alas a Agripina la dulce y lanzarla a la noche cerrando las ventanas tras de sí. Agripina la Dulce aún golpeó el cristal en dos ocasiones antes de no volver a aparecer por mi vida. Nunca más supe de ella.

A veces la recuerdo (recuerdos clandestinos que mi novia no imagina). Al fin y al cabo la pobre se había enamorado, quién soy yo para juzgarla. Quizás tuvo que soportar las burlas de sus vecina, quizás sabía una palabra que de haber pronunciado me hubiera obligado a abandonar todo. Cuando pienso en esto me consuela saber la dificultad que presentarían nuestras relaciones sexuales, pero siempre se me escapa algún suspiro. No todo es lujuria en este mundo

Que te vaya bonito Agripina la Dulce