El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

lunes, octubre 08, 2007

Mira que me lo decía mi madre, coño

No vayas allá mi niño

Pues yo era un niño entonces y como viejo que soy ahora, es ahora cuando comprendo la razón que tenía. Ahora que es demasiado tarde, ahora que poco a poco me dejo caer. Ahora que me siento. Ahora que espero la muerte

El horizonte. Mi perdición. El único lugar al que yo nunca pude llegar y por eso, mi mirada nunca dejaba de perderse, y por eso mi madre me decía, no vayas allá mi niño y yo iba, con la mirada, y con el pensamiento y al final con los pies, por el camino de arena, que ahora se que no tiene fin (o quizás lo tenga, pero está demasiado lejos). Mi madre mascullaba, es eterno, es eterno, pero nunca hizo nada para detenerme, salvo esperar.

También se ahora (que cansado estoy) lo canalla que era el poeta que juraba que el camino era lo importante. Quizás fuera, porque el acabó llegando a casa o porque nunca se marchó y le dio por imaginar lo romántico que sería viajar eternamente. Apenas dos brazos me saludaron a lo lejos y los más, se escondían detrás de granjas ruinosas, vencidos por el miedo. Que mire avergonzado, los muñones que me quedan en los pies, que huela lo que un día fueron ropas y ahora solo es piel. Y que entonces me hable de mierdas de caminos que hacen de la vida una aventura.

Yo seguí andando, al principio, porque el horizonte siempre se veía muy cercano. Y al final, porque regresar no merecía la pena. Bebi todas las lluvias de todos los años y no hubo polvo del camino que no acabara dentro de mis pulmones. Cierto es que hubo parajes bellos, o creo recordar que los hubo. Estoy cansado, estoy demasiaqdo cansado para saber si fueron verdad o invento.

Y por eso es aquí, donde los árboles mueren donde decido que todo se acabe. Que nadie llore por mí. Que nadie se acuerde. El horizonte no existe, mamá, lo siento.