El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

sábado, diciembre 10, 2005

Metamorfosis modernas


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Sola mientras cruza la calle, sola en medio de la gente y de la vida. Busca palabras. Cuesta tanto...

Es solo que me siento poco y menos y basta que haga algo, para sentirme nada.

Nadie le ha escuchado. Los hombres siguen mirando a las mujeres sin llegar a verlas. Las mujeres siguen mirando al suelo sin saber que están pisando. Bufff. Cuesta demasiado.

Se que estoy hablando más bajito pero no puedo evitarlo y que ahora será más complicado aún que me escuchéis y me quitéis la insoportable alianza que han firmadola angustia y la bilis. Todos cometemos fallos pero los fallos no importan si no hay miradas que los reprochen y para eso tendría que arrancarme los ojos, tapiarme los oidos. Me duelen tanto los demás que me obligan a que yo me duela...

Nada. El mundo gira ajeno a sus desdichados. Las nubes se deslizan y hay un sol que no se atreve a calentar. Nadie mira mientras ella ve.

Ya solo soy un susurro. La garganta es ahora un agujero que se come lo que pienso. Comienzo a agacharme, a desear que el suelo me cobije. Y se que me equivoco, que yo soy yo y mis circunstancias, que jamás hice daño consciente salvo a mi misma, que soy diosa y atea vaya por Dios, pero no puedo remediarlo. Porque miráis, ¿por qué escucháis siempre, salvo cuando os pido ayuda?

Hay gente que se detiene a observarla. Incluso brotan un par de lágrimas anónimas. Se morirían por atraparla, llevarsela lejos de los indiferentes y desprogramarla, curarla de si misma y dejarle que le despierte la luz, la de las estrellas, la de los ojos que claman por su cuerpo. Sin pensar, sin quemaduras. Solo algó de luz y mucho de mantas. Un caldo caliente, quizás, puestos a ser codiciosos, un abrazo.

Pero ella no lo ve. Coge las piernas entre sus brazos y ya solo atiende al asfalto que la devora. No puede hablar y siente como la garganta se le llena de pelo y la piel de una pelusilla suave. No deja de pensar que es posible que sea su error más último. Se devana, se contorsiona. El cabello enredándose en los pies, los intestinos abrazándole el vientre. Lass uñas se ensedan, los ojos se le apagan.

Una señora se encuentra un ovillo de lana verde sobre un paso de cebra. Se lo lleva a su casa y le hace una bufanda a su nieta. Cuando la adolescente se la coloca sus balbuceos quejosos se transforman en fehacientes muestras de agradecimiento asombrada de lo bien que puede vivir una debajo de aquel abrazo. Ya nunca le separarán de su caricia, piensa.

Pero el dueño de las lágrimas no consiente y envidia y anhela y no puede tolerar que las cosas acaben de esta guisa. Por un día le da por el optimismo y, a la espera de que el mañana pueda desdecirle, gesticula un poco. Entonces la lana retorna a su condición de mujer, deseada para más señas, y se intercambian los oficios. Él, bufanda de rayas de colores y ella, sujeto pasivo de la oración acariciada (a Dios o a la gramática, siempre a ella) y le jura que ya está que todo está bien, que le promete que no es en sueño en lo que viven y que todo se ha arreglado, por mucho que no esté seguro de si está mintiéndose a sí mismo. Comienza a sospechar que no es más que un personaje y abriga la semilla del resentimiento hacia su creedor. Es posible que todo acabe en tragedia, si, ¿pero quíen se acuerda de esas cosas mientras tiene lo que desea?.

miércoles, diciembre 07, 2005

El aire


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Paseas. En el horizonte te aguardan las montañas, repletas de canas, tan viejas, tan hermosas. A su cobijo nació y duerme una aldea que sólo existe por sus chimeneas, que hablan como cotorras. Nada se mueve, nada suena. Te paras y lo disfrutas, encogiéndote de frío.

Sabemos del mundo por lo que nos cuenta el aire, vete tú a saber que hay de verdad en ello. El aire solo parece mentiroso cuando se llena de niebla y hoy, locuaz que se ha levantado, trata de persuadirte de que lo que ves es lo que hay. Vamos a hacerle caso al viejo, pero yo no pondría la mano en el fuego porque sea camino y no desierto lo que ando, que lo que me espera no sean dunas y que esté tomando por nieve la espuma de una ola que se arrepintió de ser mar. Me abraso.

Desde lejos, mirar no suele doler mucho y es más fácil comerse las trampas. Sin embargo, bastaría acercar un poco la jeta a cualquiera de los cristales de ese pequeño pueblo para saber hasta que punto llega el engaño. Detrás de la penumbra de la pantalla de un ordenador, el señor conde se agita rítmicamente mientras se relame y devora a una de esas señoras de mala nota que su Úrsula nunca le dejo mirar. Si alguien cotillease en la choza del pastor, se quedaría de piedra al descubrir como el anfitrión y el sacristán reciben desnudos la intromisión. Se quieren, se acarician, se lamen sin acordarse lo más mínimo del pecado que ponen en práctica con sabiduría. Carlitos el niño más bueno del colegio vuelve a llamar puta y a odiar a su madre en su cara, contento de que de puertas para adentro no se ponen notas. Tiene todo y no quiere nada y con su padre, que suelta la mano pronto y nunca está, no se atreve… y ella le sigue queriendo y le perdona otra vez. A nadie le sorprendería en cambio que Bartolo y Julia no se dirijan más mirada que la que converge en un televisor tan lleno de nieve como la vecina montaña, ni se hablen cuando se acuestan, ni se acuerden del otro cuando se levantan. La rutina, si, pero nunca se quisieron, ni cuando no se daban cuenta, y luego el que dirán y también los niños, claro, una historia típica, de esas que siempre acaban en una residencia y en el olvido.

Miles como esas, basta con mirar. Pero desde lejos la calma te engaña. Piensas “y si la naturaleza está tan quieta, ¿cómo es que nosotros somos así?". El alud que entierra al pueblo, al conde, a un pastor de ovejas y a uno de almas, a Carlitos y a la santa que tuvo por madre, a la pareja de cuyo nombre no me acuerdo, a la Virgen y al recuerdo que la parió, me responde. La tierra es como es y no seré yo quien le lleve la contraria, ella al menos lo hace sin malicia… a no ser que eso que esconde la montaña sea una sonrisa. No se. El aire no me deja verla.


"Y dijo Dios, hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra propia semejanza"

Génesis 1, 26