El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

domingo, octubre 09, 2005

Los bailes y jadeos de Bito

Bito ordena y yo obedezco. Faltaría más. :-D

El día de la inauguración del Carillón del pueblo acudimos todos los vecinos. Niños, mayores, pastores y ermitaños.. A las doce de la noche comenzó a tronar el reloj del Ayuntamiento y por la barandilla que colocaron justo debajo, desfilaron tres personajes. Un Leñador cortaba leña como un estúpido autómata. Una Bailarina parodiaba el baile. El Obispo repartía bendiciones como si fuera idiota. Nada de aquello parecía maravilloso y nos contagiamos la decepción unos a otros. "Pues no es para tanto, pues para esto, habíamos pagado una escultura y santas pascuas". Una hora después volvieron a aparecer los tres personajes. El clamor sonó arriba y abajo a derecha e izquierda. El Leñador había construido una cabaña con los maderos que había cortado. El Obispo bebía vino a hurtadillas. La Bailarina se había sentado y descansaba con las manos en la cabeza. Nadie se fue dormir. Volverían a hacer algo distinto cada hora. La bailarina se ceñiría una diadema, el leñador se prepararía un café que todos oleríamos, el obispo rezaría el Ángelus... La Bailarina se miraba al espejo y parecía cansada, el Leñador colocaba un cepo para acabar con las correrías de un lobo impertinente, el Obispo confesaba a un ser invisible. Siempre había alguien mirando pues nunca nada era idéntico o parecido.

Un día la Bailarina decidió darse un baño. El Leñador la sorprendió desnuda y se quedó en ella. El Obispo levantaba la cabeza y le pedía ayuda a Dios. La tormenta descargó con fuerza, sin rayos y sin agua. Una hora más tarde la Bailarina le sorprendía la desvergüenza al Leñador y le devolvía una mirada llena de des.. Ella no era menos, ella era más. El Leñador se decidió a abandonar la distancia y se fue acercando cada vez que el tiempo daba un paso. El Obispo realizaba gestos amenazadores con un hisopo. Todos acudimos a la sala a contemplar el pecado pese a que el cura veía al demonio detrás de todo aquello. Tres horas después el Leñador logró superar sus propias barreras. La Bailarina le aguardó con las piernas abiertas y la piel suave de jabón. El Obispo no quería mirar. Las beatas se persignaron. Mi madre me tapó los ojos. La bailarina se movía con más gracilidad que nunca y parecía feliz. Algo amenazaba con colapsarse cuando las figuras desaparecieron. Se escuchó un jadeo justo detrás del reloj.

El significado de aquel jadeo lo entendí mucho más tarde. Tuvo que explicármelo Marcela como tantas otras cosas, desnuda, desarmada, justo debajo de mi cuerpo, aquella primera vez. El carillón fue desmontado antes de que la cosa pasara a mayores. Lo desmontaron pieza a pieza y lo quemaron en la plaza para que sirviera de escarnio para todos. Nunca supimos que fue de los tres muñecos de madera. Cuando se lo conté, Marcela lloró. Ni siquiera le dejaron terminar, los muy cabrones, me dijo. Siempre fue muy sabia.