El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

sábado, agosto 26, 2006

Los trozos de telas tristes


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Soy libanés. O palestino. O musulmán. ¿Qué mas da?. Soy un hombre en resumidas cuentas. Mis abuelos me contaron que hace tiempo los europeos nos traicionaron y lavaron su conciencia cediendo estas tierras a los infieles judíos. Mi abuelo fue uno de los que empucho su rifle para defender del invasor el honor de nuestros ancestros. Mi padre también disparó por nosotros y también lo hicieron mis hermanos. Ahora lo hago soy yo el que lo hago. Mi madre y mi hermana fueron masacradas en Sabra, mi primo Yassir murió aplastado por un tanque judío, ¿tengo que dar más explicaciones?. Cuando un hermano se inmola y se lleva consigo decenas de perros yo lloro de alegría. Me sentiré honrado si muero llevándome por delante a todos los narigudos que pueda . Nada me queda salvo mi odio y la promesa de ver algún día el rostro de Alá y las barbas del profeta.

Soy judío o israelí. ¿Qué más dá?. Soy un hombre en resumidas cuentas. Mis abuelos lloraron la primera vez que pisaron Israel. Por ellos y por todos los miembros de su familia que no pudieron verlo por la locura de la cruz gamada. Mis abuelos juraron que nunca más, que el Talmud es cosa de Dios y que Dios sabrá mucho de cosas divinas pero lo que es de hombres anda un poco escaso. Ya nos habían roto todas las mejillas. Hora era de arrancar todos los ojos. Siglos de persecución y barbarie, cientos de Hitleres, Rasputines y Católicos Reyes. Ya basta, dijo mi abuelo apretando puños y dientes. Por eso el empuñó un fusil cuando nos quisieron arrebatar la tierra que Dios nos prometió. Por eso lo hicieron mis padres, mis hermanos y hermanas. Por eso y por los ecos de los lloros de Ruth, la vecinita del primero, a la que un cerdo musulmán cargado de bombas no dejó vivir más de un año. Por eso disfruto viendo el Libano en llamas y no me importaría que Dios condenara a todos esos mal nacidos al infierno, me da igual acompañarles, si puedo verles sufrir.

No creo en la existencia del bien o del mal. Al menos no como cuando me contaban lo angelical que era Blancanieves y lo cabrona que era la Madrastra. Creo que existen actos malos y buenos, pero creo que todos, o al menos la mayor parte, tienen una causa (que no una justificación), que me hace preguntarme, si yo, en similares circunstancias, no podría llegar a comportarme de manera tan aberrante como luce en los periódicos. Sin embargo escucho, miro y leo opiniones que me recuerdan de nuevo a Blancanieves y a su vieja, pero quien las dice no es mi mamá, son otras mujeres y otros hombres que se gastan, si cabe, más mala leche que mi progenitora. Si aún fueran ignorantes aún lo podría entender, pero todos ellos son más leidos o al menos eso dicen de lo que pueda llegar a ser yo por muchas vidas que viva (que conste que esto es modestia falsa falsa como Judas, que yo pienso que soy más culto que muchos de esos becerros). Y entonces ¿por que solo ven las muertes en el ojo ajeno y no las matanzas en el propio?. La respuesta es desoladora. Por ideología. Sus ideas políticas son mucho más importantes que la evidencia de la barbarie de uno y otro bando. Y no sólo ellos. En el bar, en la panadería, en el curro, en todos los sitios la gente odia a unos, venera a los otros y deja lo de pensar para el postre. Pues señores, hay mucho salvaje pululando por este valle de lágrimas, parece mentira que haya que decir una cosa tan evidente en un mundo en el que existen coches y los madrileños los conducimos. Si ustedes pueden cuantificar la malignidad de unos y otros, yo no. Y cuando se pega tan fuerte la cuestión de quien tenía razón pasa a un muy segundo plano mientras la peña siga muriendo.

Y aunque lo pueda parecer no es un análisis simplista pero es que si me enrollo no termino.

Sed felices

jueves, agosto 24, 2006

Fauna

Cuando la Unicornio parió un cachorro de dos cuernos el Consejo de Unicornios, sabio decían ellos, despiadado, dijeron otros, no le concedió que tamaña aberración se quedase a su vera y murió dos días después de ver como a su hijo le abandonaban en un claro del bosque.

El Unicornio de dos cuernos escuchó como su madre moría (esas cosas se escuchan, se sienten, se saborean) y juró venganza. Vagó por el bosque y encontró a otros desterrados como él, con dos cuernos como emblema de su vergüenza. Unos aguardaban la muerte tumbados en cualquier sitio. Otros peregrinaban asustados sin rumbo. Les tomó a todos bajo su protección, se erigió como su líder y les sacó adelante con la promesa de que llegado el momento le obedecerían en todo lo que les ordenase.

Llegó el momento, advirtió la luna, encarnada esa noche. Y los Unicornios de dos cuernos berrearon por el sabor a sangre de sus bocas y al grito de su líder y cegados por el odio, galoparon detrás de la muerte. Ningún Unicornio a la vieja usanza, sobrevivió a la matanza, ni tan siquiera su recuerdo fue respetado. El Unicornio de dos cuernos prohibió que dicha palabra fuera utilizada. Ciervos fuimos, somos y seremos. Los Unicornios jamás existieron. Dicho esto se fue pues ya no había venganza que perseguir y nunca más fue visto, al menos entre los mortales.

Desde mi torre se escuchan sus lamentos, aunque no se si sólo se trata de ecos de un tiempo pasado, pues desconozco el tiempo que me ha tocado vivir. Demasiadas historias y tantas soledades…

La noche está fresca dice mi pipa.

En la hora en que la luna se baña, no le respondo. No podría.

lunes, agosto 21, 2006

Duermevela

... y entro y penetro que no es lo mismo aunque lo parezca, en un día cualquiera, de verano o de invierno, (hace calor debe de ser verano) y un camarero me mira y en las mesas la vida se detiene o nunca se puso en marcha, qué se yo.

El tiempo trancurre sin que la inmovilidad le conmueva y nadie hace nada para evitarlo. El lamento de millones de agujas de pino invade el salón sin pedir permiso. La montaña se derrite. Todo esta quieto, susurrado...

En una de las mesas hay un hombre y una mujer y una mujer y un hombre. Solo hablan sus cigarros que dejan un rastro de humo que se eleva como un pensamiento y se esfuma como un pensamiento. Hace calor. Huele a cafe. En los sofas siete excursionistas duermen, respiran discretamente, apenas sueñan. Nada sucede. Gritar sería blasfemia o algo peor...

Por eso ella me susurra y me salva: si que suceden cosas. En esa mesa juguetea un bebe sobre los brazos de su padre. ¿No lo has visto?, me pregunta, ¿es sólo un deseo?, ¿es un sueño?. Y yo no respondo porque creo que estoy dormido, porque solo existo en la mirada de un camarero que tal vez duerma, a su vez. Al menos es una posibilidad. La de que no exista o incluso la de que nunca haya existido. Todo resulta demasiado extraño.

Me recuesto en el sofa más cercano a una chimenea que ni el invierno enciende. Atiendo al cansancio infinito y dejo que los párpados caigan. Ella está a mi lado y apoya su cabeza sobre mi vientre. Nunca sabré si su peso es certeza o sueño porque por si acaso no estoy dispuesto a abrir los ojos.

Son eternamente las cinco de la tarde en un bar de montaña en un día de verano, creo.