De menú
El hombre se convierte en rey del tiempo
cuando aprende a mirar como ya pasado el peor momento,
sin preocuparse del porvenir
Roa Bastos
cuando aprende a mirar como ya pasado el peor momento,
sin preocuparse del porvenir
Roa Bastos
El hombre pidió una cerveza bien fría y “a ser posible” bien tirada. El rictus inalterable del maître se vio levemente conmovido traicionando las dignidades heredadas de generación en generación. Su padre maître, su abuelo camarero de salón y su bisabuelo tabernero se agitaron incómodos en sus tumbas de maderas nobles y podridas. Llegado a su cubículo, el maître a falta de cilicio y totalmente desnudo, se masturbaría con saña y asco, quien lo diría mirándolo, quien lo diría mirándonos. Los deseos del hombre ajenos a las miserias ajenas se vieron complacidos. Un punto más de frío no le hubiera venido mal, pero en general la cerveza estaba buena.
Pidió cosas que había que pronunciar en francés y que señaló sobre la carta al cada vez más desquiciado maître (no sólo había descuidado la postura de las caderas sino que creía húmeda la frente. Si una sola gota de sudor le rondaba la sien se la reventaría de un tiro, se juró a si mismo) y mientras aguardaba, apreció las sutilezas de los restaurantes de copete y la parroquia que los frecuenta. Colores neutros. Conversaciones a media voz. Gestos acompasados. Un hilo musical sin nada que se parezca a música. Media luz. Media vida. El hombre no pudo evitar una sonrisa que cuando desembocó en carcajada no contuvo. Se la soplaba que mirasen
Miraba el hombre calvo y elegante con un asco que nada tenía de personal y mucho de acostumbrado. Asco al trabajo, asco a la casa, a los niños, a la suegra y a la mujer y al espejo y a la puta cómoda de organdí. Asco subliminal en sus pausadas opiniones políticas en su ridícula forma de gritar gol en una sola y cortante sílaba. Asco que curiosamente no sentía cuando alguna jovencita se dejaba mear de cuerpo presente y que dada la escasez de voluntarias, suplía con la más civilizada costumbre de orinar sobre los gatos y pensar en erecciones, no sin cierta nostalgia.
Miraba el nuevo escritor de moda, con las gafas de pasta de Prada y el peinado excéntrico, de amaneradas maneras que ocultaban un tigre impotente de inconmensurables ínfulas. No había conversación en la que Wittgenstein no estuviera presente ni frase en la que su poca sutil ironía no arremetiese contra best sellers y demás plebe. El falso mierdecilla que nunca se cansaría de loar a Baudeleire por mucho que pensara de las tabernas que olían a sudor y del alcohol barato que era de pobres que por no tener ni gusto tenían. El mismo miserable que era lo suficientemente inteligente como para comprender hasta que punto mentía su editor al compararle con Gidé, cuando, con la luz más quieta y menos estudiada, un solo cuento de Chejov le condenaba al infierno para varias eternidades.
Miraba la mujer que nunca levantaría la voz ni tampoco la falda, que seguiría gorgojeando en lugar de reír, que nunca había sentido un orgasmo ni una buena polla. Que se moriría en el más estricto de lo silencios como una señora. Imbecil pero dama.
Miraba el hombre que estaba tan cansado que se había cansado de traicionar a sus amigos
Miraba distraído el hombre que miraba atentamente y con arrobo a su mujer que le devolvía, enamorada, la mirada. Llenos de redundancias le ignoraban lo suficiente.
No miraba el maître que acababa de tropezar
Miraba la gente y el hombre se secaba las lágrimas de tanto reír, reírse, de si mismo y de la clá que no reía. Sabrían seguro, pero no así, también seguro. Devoró con ganas la impronunciable comida y le comentó en voz alta y con la boca llena, al camarero que había sustituido a un maître en plena crisis nerviosa “tío, esto está bueno de cojones”. El camarero sonrío y le pidió que abandonara el local. Pagó la cuenta con gusto y dejo una propina estupenda.
“Hoy es un hoy definitivo sin mañanas de mierda que solo se suceden sin que pase nada distinto…
Abre la puerta
… hoy ya no hay saldo que consultar, ni billetes en el bolsillo. Hoy de una vez por todas ha sido para siempre. Me gustaban los bocadillos y el olor a tabaco pero no hay derecho a que cueste tanto lograrlo
El día es nublado y fresco y da un poco de miedo
...hoy el capital me ha excomulgado para siempre y me ha negado las puertas del paraíso, al que por otro lado, no creo que me hubieran dejado entrar con zapatillas. Ni tengo un duro pienso mover un dedo por conseguirlo. Tampoco merece tanto la pena y es agradable pensar que, más allá de llorar o terminar de reírse, sea el infierno mi única opción.
Pero sale y escucha sus propios pasos y huele aromas que no son suyos y saciado, camina sin dejar ecos