El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

miércoles, agosto 08, 2007

Condena

Me llamo Equis

Bueno en realidad no me llamo así, me llamo de otra forma que no os puedo revelar. Que por qué. Pues la verdad no se. Nadie me persigue, nadie hace interesante mi aburrimiento. En cualquier caso, llamadme Equis. Es un buen nombre. Me gustaría llamarme así y que cuando lo gritasen por la calle, solo yo me diese la vuelta. Equis. Una incógnita. Así soy yo. Llamadme así porque en el fondo me da miedo pensar que no tenga nombre. Y no tener nombre es como no existir. Nadie te llamaría por la calle. Nunca te darías la vuelta cuando llamasen a alguien. Aterrador. Equis pues. Así me llamo porque así quiero llamarme.

El caso es que escribo por que he tenido un problema y quiero saber si alguien me lo puede llegar a solucionar

Yo cuando era minúscula derramaba los veranos en un pueblo. Naturaca pensareis muchos. Y yo también lo pienso. Un lugar de esos en los que sabes el lugar en el que se acaban las casas. Más allá solo hay campo y si sigues andando, estarás en otro pueblo. Eso en las ciudades no pasa, las ciudades solo tienen final en los mapas. El caso es que yo pasaba los verano es un pueblo, está claro, ¿no?, pues sigo.

A mí los, veranos infinitos, se me pasaban en un suspiro de tantas cosas como hacía. Allí ordeñé, allí corrí, alli me despellejé las rodillas más de cien veces y allí mi padre olía un poquito a estiercol cuando me abrazaba. Cagaba en el campo, llegaba a casa mucho tiempo después de salir de ella y cuando tocaba frío y las chimeneas se encendían, yo respiraba aquello y correteaba contenta. Cosas de un pueblo. Poca cosa y sin embargo, fijaos que tonta, cosas que me hacían feliz. Yo no lo sabía por entonces, pero lo era. Si pudiera viajar en el tiempo me iría hacia aquella niña escuchimizada que yo era y le diría, niña que eres feliz, aprovechalo, lerda que eres una lerda. Probablemente la niña que yo fui saldría corriendo despavorida en medio de un grito. Me llamaría bruja, me insultaría de forma estravagante (soporifera, barbacana, efluvio de andrajo, entre otras lindezas) e incluso si la pillaba de malas me tiraría una piedra del tamaño justo como para romperme la crisma. Buena chica.

Se que también había lobos que por las noches, roncaban a su manera. Y miseria. Y bocas que musitaban odios de tiempos sin memoria. Había niños que lloraban y curas que gritaban demasiado y quizás alcaldes que señalasen con el dedo. Y allí vivían las grandes mentiras. Esas que te joden la infancia para los restos y que sustituyen a las mentirijillas, esas que cuentas con pan y chocolate en los carrillos. Si, también había esas cosas. Pero no las recuerdo. Digo que las había porque siempre las hay. Pero mi pueblo estaba lleno de pozas frescas en las que poder chapotear a gusto y los campos eran verdes por mucho Agosto que fuera. Esa era mi pueblo. Y ese es mi problema.

No encuentro mi pueblo. Por más que busco no lo encuentro. Y mira que en mi coche llevo GPS, guía Campsa, mapas militares y un calendario zaragozano. No hay manera

Y el caso es que llegar, se llegar, aunque solo fuera de todas las veces que llegué en el pasado. Alcanzas el cruce de Alfa tomas la segunda a la derecha, dos glorietas, la una toda recta y la dos por la tercera a la derecha que es casi como volver por donde has venido, y allí lo pone en letras grandes "Beta". Hasta vi al Alcalde en las noticias inaugurando el ramal de la autopista y diciendo algo así como que el progreso estaba conquistando las almas de cada uno de los vecinos de Beta. Y que llamé a la Petra para decirle que había visto en las noticias la riada y la plaza del pueblo hecha una piscina de mierda y ella que aquello era un sinvivir y que que ganas tenía de mudarse al otro barrio. Todo eso lo ví. Todo hice bien y sin embargo por aquella recta no llegué ni a la casa de la Señora Angustias (muerta de pena y fantasma oficial del pueblo) ni al "rumoroso cántico de la vida" que era como el gilipollas del pueblo que se hacía las de poeta se refería a la fuente de la plaza, sino que regresé al cruce de Alfa todas y cada una de las las veces que lo intenté.

Pregunté al chico de la gasolinera y me decía que era por ahí, solo que por ahí no era. Llamé a la Petra (la hija, que la madre se había tomado muy en serio lo de mudarse y la espichó poco después de la riada) y me dijo que si, que por ahí era, que si estaba tonta (nunca me cayó muy bien la muy idiota, pero es que era el único teléfono que me sabía de memoria) y lo intenté cinco o siete veces más hasta que me cansé y tomé la salida que me regresaba a la ciudad interminable. Esa si funcionó a la primera la japuta.

Y por eso escribo. Quiero volver a mi pueblo, pero no se como. Si alguien sabe de caminos que se haga notar. O de brujerías. O de condenas. O cualquiera de mi pueblo que tengo un sitio libre. Pero yo quiero volver. Y no puedo.