El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

viernes, marzo 30, 2007

Cuentos de viejas

Devora el muchacho el guiso de arroz que le ha servido la abuela y se entusiasma con el saborcillo que dejan el azafrán y el tomillo y se relame los dedos en los que las costillas han dejado un rastro de grasa y sabor. Y mientras engulle cantidades industriales de algo muy próximo al paraiso confraterniza un poco y pregunta a la Abuela

Y usted, ¿echa de menos cosas de la juventud?.

La mujer que estaba distraida y halagada, contemplando como el Joven daba buena cuenta de sus viandas, se desprende de la ensoñación y tarda en responderle

Que voy a echar de menos y calla un poquito pensando y atina a decir, ahora todo es mucho mejor, ahora hay carreteras y todas de piedra y no las cochiqueras esas que se llenaban de barro en cuanto caían cuatro gotas mal contadas. Y están los coches que también son mejores. Y hay luz y hay agua y se puede lavar en una de esas lava... lavad, lava leches, tu ya me entiendes, la cosa esa que gira, sin llenarte las manos de sabañones con el agua helada del río en invierno, y dais menos la tabarra con el pecado y le teneis menos miedo al infierno. Ahora todo es mejor, y calla y mastica las palabras (ella no es muy de palabras) y prosigue

Quizás el brasero, cuando nos juntábamos con padre y con madre y esto se llenaba de hermanos y sobrinos con menos suerte. Y mira que daba trabajo, que entre madre, la hermana y yo no parábamos un suspiro quietas, pero aquello era trajín y también vida. Recuerdo que cuando Aquilino me metió en su casa después de la boda, (que antes ni rogando) lo primero que hice fue un buen brasero... y aún se le estremecen los ojos detrás de aquellas brasas que se apagaron hace mucho.

Y los niños .... pero ya no. Ahora quema las casas dicen mis hijos y me han puesto calefacción que calienta más pero a mí que abriga menos. Bah, mejor, porque total, apenas hay nadie ya para asar castañas, y se pone la voz a nostalgear, ni tengo yo los ojos para costuras. Los que no están muertos, están a punto de estarlo y solo saben hablar de medicinas y de males. Y sin Aquilino, sin Padre y sin madre, y sin hermanos pobres míos, ya me dirás tu para que necesito calentarme si no hay fuego que lo consiga, que tengo los pies en puro hielo y nunca jamás se pasa.

Además ahora no hay tiempo para brasero.... y dice, que vieja y que tonta estoy hecha, historias de viejas que te van a indigestar las costillas

Y el muchacho hipnotizado ruega, no por favor no calle, siga

Si es que ahora no hay tiempo para nada. Mis hijos tienen sus cosas y apenas se dejan ver por aquí. Y cuando llegan traen a sus niños y sus niños traen camiones de cosas, montañas de juguetes, de aparatos que meten un ruido de mil demonios que no dejan parar tranquila. Y encima les das un achuchón y extrañan y te miran raro y te dicen que hueles a mantequilla. Y sus padres sonríen atontaos, modernos y atontaos. Vamos, le suelta eso a mi Aquilino uno de ellos y les pone la cara del revés, pero.... todos teneis mucha prisa, hijo, y dejais frío a vuestro paso, como si os faltara algo, como si no tuvieraís.... y calla la mujer y piensa la palabra, frunce el ceño, tensa la mandíbula y el muchacho espera sin acordarse del tiempo. De repente se alumbran los ojos de la anciana y exclama, eso es, es como si os faltara un brasero. Y ríe un poquito por haber encontrado la palabra exacta siendo ella como es, de tan pocas.

Y piensa el chico y el olor, también nos falta el olor a mantequilla.

Se esta calentito en aquella casa de la que se apodera el silencio. Sólo se oye al muchcaho masticar, sin demasiado empeño y a la mujer canturreando coplas ya apagadas mientras mira a la alacena en donde un día le escondían las madalenas.

jueves, marzo 29, 2007

La chica de la curva

La Lince me ha conseguido convencer de que la chica de la curva existe. De hecho, la propia Chica en persona me ha contado su historia. Yo la transcribo punto por punto para que nadie diga que tengo prejuicios



Me llaman la chica de la curva, aunque que yo sepa, no estoy muerta, pero para una vez que en el pueblo demuestran algo de ingenio no seré yo quien les lleve la contraria. También me llaman más cosas pero son mas obvias y menos agradables

Mi curva es un buen sitio, justo entre X. e Y., un lugar que frecuentan los que tienen que frecuentarlo. Suelo llegar a eso de las ocho de la tarde subida sobre un Vespino que dejo aparcado detrás de una sabina, para no quitarle misterio a la escena. Me gusta el olor a café que desprende la última casa del pueblo y también los días en que mientras voy, el sol se marcha. Son cosas que no son para mí, pero disfruto la sensación de extrañeza que me procuran sus caricias invisibles

Me fumo un cigarro y espero. Siempre llegan, incluso en los días en los que el tiempo se revoluciona y deberían quedarse en casa. A veces los remolinos calman más que el silencio. No se. No se nada, pero llegan, los unos en coches finos envueltos en cuero, los más en destartaladas carracas que huelen a animal y a mierda, y todos ellos compartiendo la mirada inquieta. Se las leyendas que me narran, contadas al calor de la barra de un bar, erigida en altar improvisado en el que se reparten hostias y vino, pero sin tanta ceremonia. Las cuentan lenguas de trapo. Las escuchan ojos que arden. Y en todas doy miedo. La chica de la curva... Si en el bar se ríen, frente a mí les flaquea la valentía. Abren la puerta, intercambiamos palabras. A veces unas, otras, otras, pero siempre acaban de igual manera. Yo ahuyentando el silencio y el otro fomentándolo. En los día pares me pregunto que pensarán, en los impares me doy cuenta de que nada. Pido que no corran, les aviso de las curvas más cerradas. Hablo del día y a veces de mañana. Nunca de ayer.

Cada uno me lleva un sitio distinto que siempre se parece. Unos más bonitos y otros menos. Algún atrevido si que me llevó a su casa, pero ya se sabe como son los pueblos, muchas bocas que se aburren con ganas de entretenerse. Digo yo que si las abrieran para otras cosas, menos trabajo me quedaría a mí. Lo que resta es rutina. A 10 euros la mamada y a 25 el completo, sin semanas de oro ni te lo pago otro día. Algunas hostia me costó mis principios pero los pómulos suelen ser poco rencorosos.

Llegado el momento se vuelven más locuaces. Incluso alguno de ellos se comporta con amabilidad y me llaman prenda. Y no, no faltan hijos de puta que insultan, huelen, pegan, con los que te entran tremendas ganas de tornar la lengua en dientes y el placer en mutilación. Otros piden que les grites guarradas y entre “me encanta tu polla” o “clávamela entera” se corren mientras piensan en sus mujeres, vecinas, novias, top models, amigas o musculosos hombretones del bosque. Pocos hay que piensen en mí,

Uno si. Uno me quiso, con brillantes en los ojos, me adoró mi desnudez, me acarició con ternura, me poseyó con firmeza. Vino a mi curva andando y me preguntó como llegar a Y. Me dio pena el chico y le dije que en cuanto me acabase el cigarro le llevaría con mi vespino, que aún le faltaban unos 10 km y no era plan de hacerse el machote. Hablamos y donde hubo un cigarro acabé un paquete y tanto me encandiló aquella voz desapacible y aquellas manos ásperas, que me dejé llevar y no le hablé de dinero antes de desnudarle. Al final incluso me dio un abrazo interminable que me calentó el cuerpo, fíjate tu la tontería. Mientras le llevaba hasta su destino (por una vez yo la que lleva y el, el llevado), consciente de cómo sus manos agarraban mis tetas y su miembro se pegaba a mis nalgas, hacía las cuentas de la lechera de que esta vez si, de que este te gusta, de que este era el buen chico del que tantas veces hablaba tu madre. Pero si a la lechera no le salieron las sumas imaginaros a mí siendo puta y antes de llegar a una de las curvas malas, se puso muy rígido, y dijo chata (así me había empezado a llamar y a mí me había empezado a encantar), ten mucho cuidado que en esa curva me maté yo… y calló y luego dijo, me voy pero te juro que vuelvo. No se como pero vuelvo para quererte todas las eternidades que a mí me salgan de los cojones. Al volverme, por supuesto no estaba. Y allí en medio, l mundo oscuro y el cielo inacabable, me sentí sola y desperdicié todas las lágrimas que jure no volvería a enseñar. A veces pienso si no fue leyenda, si es mi cuento para ir tirando, pero siempre me respondo que igual da. Hombres habían sido demasiados pero chicos de la curva uno solo como para ir descartándolo por el mero hecho de ser mentira.

Cuando termina la jornada me regreso agotada. El sol hace tiempo que se fue y no huele a café por ningún lado. La mañana la paso en casa fuera del radio de acción de mujeres que me mandan al infierno, hombres que me miran como si fuera basura y niños que me llaman chica de la curva. Ojala lo fuera. La de verdad. Igual el me recogía en coche y nos íbamos juntos a donde fuera por una carretera infinitamente recta. Igual vuelve. Igual voy.