El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

jueves, marzo 23, 2006

Aniversario. El primero


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Un año, un instante, apenas un milenio, nada

Levanto la cabeza. ¿Cuándo fue la vez última?. Estoy rodeado de volúmenes más ancianos que yo, de orígenes perdidos en las memorias de los cadáveres amnésicos. Algunos están escritos en sangre humana y la piel de otros sabrán los Grandes de donde demonios proceden.

Los susurros de las épocas que ya pasaron… si eso debe ser lo que me ha hecho detenerme, y recuperar el aliento. Estoy vivo, ahora caigo. Mis huesos protestan cuando me levanto. A mi alrededor, se esparcen los retales de mi absurda vida. Un exprimidor de verrugas, una goma de borrar fronteras, un saca puntas que afila pianos de cola en las granjas de Wyoming, un búho disecado que ronca por las noches. Me sonrío y miento. Un año, un milenio, apenas un instante y nada.

Vivo en una torre de hechicero desde que los portadores de la verdad excomulgaron la magia y desconozco si tiene puertas. De ser así no recuerdo por donde queda y no importa demasiado. Si, los magos no existen porque nos da miedo salir de nuestras torres cochambrosas. Ya véis, un pobre viejo que busca la muerte entre paredes de piedra.

Un triste ventanuco es mi único abrazo con el aire que miente. Eso sí, desde allí puedo ver el lago en el que la luna se baña desnuda por las noches y eso hace revivir al más cansado. Del centro emerge y allí regresa a descansar todas las noches del año. Incluso aquellas en la que de incógnito surca el cielo y se burla de nuestras cegueras. Desde allí también puedo ver veo como algunas noches, mujeres y hombres y sombras acuden a bañarse, a espiarla, a beber. Se ríen o no. Coversan y a veces callan. Se sumergen o se quedan en la orilla con los pies mojados. A veces se acarician. Otras no. Miro y me gustaría hablar pero hace tiempo que olvidé como hacerlo. Los magos necesitamos que crean en nosotros aunque no sepamos como conseguirlo desde que firmamos con el mundo aquel contrato de mutua indiferencia por el que Él nos relegó a la leyenda y a las navidades de cartón piedra y nosotros renegamos de sus mentiras y nos negamos a asombrar

Enciendo mi pipa. El humo me hace llorar, el olor despierta viejos recuerdos. Atravieso con temblorosas manos la pálida sombra del aire y regreso a lo que fui mucho tiempo atrás, a mis otras vidas que Dios me condeno a revivir en cada parpadeo...

y recuerdo el mar salvaje, mercurial, de las Shetland, la soberbia de sus caprichos, la fatalidad de sus augurios, el quinto día brillando sobre las barcas, la miseria inexpugnable y al final, su abrazo majestuoso y definitivo. La muerte no más sola que la vida. Más fría quizás, más mojada seguro.

y aún puedo escuchar el viento acariciando los campos sin fin de la Pampa, la comunión de las bestias animales y de las bestias humanas, la noche y el olor a estofado y a sudor y el regreso a ella con los ojos callados, siempre demasiado después. Esas primeras noches de venganza y embestidas que ella siempre me reprochaba. Esas noches siguientes más reposadas. Y después el retorno al infinito, a la muerte, por ejemplo, en los cascos de un caballo demasiado nervioso o con los pulmones cansados de viento, que mas da. La muerte, no más bella que las Ellas de las que me enamoré y que siempre fueron la misma.

y la casa como una patena, y los rosarios interminables implorando el regreso. Los campos verdes y su aliento espeso y las manos siempre tan llenas de hollín que me ponían negra cuando… ya sabéis. Cosas de hombres y mujeres que no deben contarse. El amor loco que le tuve y que el solo me concedía algunos días, los otros tan llenos de sidra y orujo… y el odio tan profundo que le cogí a Dios cuando un día las campanas de la mina repicaron con tono sombrío y el nunca más me pudo cubrir de negro. Ese día se me seco el alma y nunca más pronuncié un rezo. Tiempo después morí anónima como tantas otras mujeres. La muerte no más cruel que la ausencia…

Gocé y padecí cada una de esas vidas mucho tiempo atrás en lugares que se hacen llamar Argentina, Asturias o Escocia, pero que en el tiempo carecen de nombre, más sabio que cualquiera de nosotros. No tiene sentido... La pipa termina, su olor se desvanece, el fuego rebosa. He de regresar a mis libros. Miro por la ventana y saludo, con la sonrisa cansada. Muchas gracias les digo con la estúpida esperanza de q lo escuchen.

Espero que la luna siga bañándose en el lago durante muchos más años y que mucha gente venga a verla

Un año, un milenio, un instante. Nada

Sed felices