El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

miércoles, diciembre 20, 2006

No éramos distintos



El uno frente al otro. Como siempre. Como hacía mucho tiempo


Se decían cosas porque era la única forma que conocían para ahuyentar el silencio. Lo que realmente querrían decirse nunca lo dirían. Cuando las palabras ya se saben, cuando duelen, pronunciarlas solo es ruido.


Fueron amantes. Quizás hace mucho tiempo o hace dos días. Daba igual. Desde que no lo fueron más, el tiempo cambió de oficio.


El estaba casado, dos hijos, un perro, dos coches, tres televisiones, cuatro sillas en la mesa en la que desayunaban los fines de semana.


Ella conoció a muchos hombres de los que nunca se enamoró e incluso a alguna mujer de la que quisiera haberse enamorado. Tenía una nevera que siempre estaba llena por llevar la contraria a la puta soledad. Un gato. Un sofá en el que se quedaba dormida muchas noches.


Se reencontraron. No se las causas, ni por qué esa cafetería y no otra.

Cuando se cansaron de las anécdotas y los recuerdos sin importancia , se miraron. Solo eso. Y el mundo, dale que te pego con lo de moverse, sin darse cuenta. Me sentí muy mal siendo un turista en ellos, justo desde la mesa de al lado. Las palabras estaban ahí, las que querían decir pero no dijeron. El golpe de las tazas, las conversaciones aledañas, la máquina tragaperras, los gritos de la calle. Daba igual el ruido. Todo era silencio.


Y luego la condena, irremediable y algo trágica.


Tengo que irme. Lo dijo él


Y se levantó. Ella, que hasta entonces se había maquillado la sonrisa y el savoir faire de una femme fatale que jamás pisó Paris, se descompuso. Se amarró al brazo que se iba y solo le dijo, por favor. Un hilillo de voz que sonó como un grito espantoso que nadie escuchó salvo yo, que me quedé sin oidos.


Y el la mira. Le acaricia el pelo. Le deja calmarse. Se vuelve a sentar. El pasado que se recuerda es presente. El tiempo, de vacaciones.


Pasó o lo que es lo mismo, nunca pasará. Un día dejé de verte y me morí de frío, lo cual es una putada sabiendo que a tu lado, morí abrasado. Un noche lo pensé, una de esas que siempre se repiten, miré al techo a los ojos y me dijo que yo era una sombra en la que cierta gente venía a refrescarse sin importarles lo que el sol habia hecho conmigo. Tengo un techo muy pedante pero tenía razón. Si me restase algo de vida me quedaría y disfrutaría de la muerte por vez primera. También lo dijo él. Amagó con seguir hablando, pero no lo hizo. Se marchó sin besos ni adioses. Según atravesó la puerta se desvaneció como si nunca hubiera existido, como uno más de los millones de fantasmas que renuncian a la única vida que conocieron.


Ella se quedó mirando la taza de café en busca del destino. Si lo encontró, no se decirlo, pero en 15 minutos también cerrró las puertas. Pudiera ser que la escuchase balbucear "yo también estoy muerta", pero tampoco sería muy sorprendente que fueran imaginaciones mías. Me hubiera gustado mirar sus ojos pero los escondió detrás de unas gafas oscuras. Tenía un culo fantástico, eso sí.


Yo me quedé pensativo.

El acompañado de sus hipocresías.

Ella perseguida por sus soledades.

lunes, diciembre 18, 2006

Criptopoema (o manera elegante de justificar la oscuridad)

La luz es pureza silenciosa

Susurra una bombilla

De voz inquietante

Si la luz hablase

Nuestros ojos oirían,

y no serían los ciegos

los que menos escuchasen.

Lo digo hoy, y lo diré mañana:

prefiero dos palabras

que mirarme en el espejo.

La única luz,

la luz rizada