El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

miércoles, enero 17, 2007

Bailando








Resulta que estaba yo en el mismo bar de siempre y hasta las cejas de una rutina pegajosa que se me había subido a la chepa, reventando la cabeza con los pensamientos inservibles de costumbre,

los no sirves, los no vales, los que soy,

hasta que llega un camarero y le veo que tiene en los ojos el mismo manojo de acelgas que asoma en los míos y me digo yo a mi mismo, esto no puede seguir siendo así y yo que me escucho pienso,

que bien hablas, rey,

y digo

ahora mismo a cambiar el mundo

y pienso

que hago

y digo

no pienses

y pienso

vale

Así que cojo y me pongo sobre la mesa y empiezo a bailar. Balanceo las manos las acompaño de piernas y muevo la cabeza de alante a atrás. Lo que venía siendo bailar hasta que salió el programa ese de la tele.

Y si, al principio, para que lo vamos a negar caras de extrañeza y alguna mirada de desprecio, pero tengo suerte, la canción del hilo musical es por una vez, y sin que sirva de precedente, música y veo como un señor con cara de taxista comienza a mover inapreciablemente las rodillas y una camarera a contonear el culo suavemente. Y tengo más suerte y a la señora que se deja la pensión en la tragaperras le salen tres diamantes y un chorro de monedas le pone ritmo al asunto. Y la señora de maletín ya baila ostensiblemente y el hombre calvo rompe en mil pedazos los reflejos de los gilipollas que les llamaban cuatro ojos, reventando las gafas contra el suelo. Y una jovencita fea porque así lo quiere, mira al calvo y se lubrica sin vergüenzas y sin “nomequerrá” y se vuelve más guapa y si que le quieren.

Quiere el camarero ofender a su jefe y estrella la bandeja, repletita de tazas, contra el frígido suelo, “festival de la cerámica” grita subido en la barra. El anciano A se compra cuatro paquetes de tabaco y le da las denadas a la máquina por cada vez. Para lo que me queda, masculla. La anciana B se sube las faldas más allá de lo que su santidad recomienda para preservarla y mira sobresaltada de lujurias a un jovencito que a su vez está llamando a una chica para comentarle eso de que está loquito por sus andares. Y una señorita muy señoreada muy hermosa ella y siempre recatada chilla, “coño y si me gusta el cocido que pasa”, y se rie un poco, “y además le van a dar mucho por culo al gimnasio” rie otro tanto, “y a los monitores”, desata la risa, “bueno, a los monitores, no” se deshuesa. Y al orgasmo de hilaridad se une el presunto suicida, que se sube a la silla y se vuelve a tirar y se sube y se vuelve a tirar porque le hace gracia no morir y no acordarse.

Cierto es que al tiempo llegan polis buenos y polis malos (avisados por alguno de aquellos pobres infelices que desdeñan la locura) y que no nos queda mucho tiempo de sarao pero hasta entonces que nos quiten lo bailao (si hay huevos) y por el momento aún queda canción y las luces del coche patrulla ruedan por el techo y se apuntan al festín.