Tijeras
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Escucho el latido de mis pasos pero de mi corazón no tengo noticias y juro que permaneceré quieta el resto de mis días. Los minutos me escuecen. Las horas me aplastan. Cuando entro en la pelquería pienso en la muerte y descarto el bien y el mal como posibilidades posibles.
Ella siempre está allí, apacible y rumorosa, como un río o como ella misma. Al margen del tiempo. Distante de la realidad. Me sonríe, me aplaca, me contagia. El hilo musical es una mierda dice, callo, escucho, sonrío. Tiene razón. No siempre es peluquera me jura indgnada, tiene dos niños y un esposo (tres niños dice siempre) a los que se refiere como trastos. Son unos trastos.... y se abre la puerta, la de mentira y se cierra otra, la de cristal, más burda, más cierta.
Yo quiero ser un trasto y todo lo que supone. Necesito serlo. Lo exijo. Regalo mi alma. Veré cine experimental o pelaré miles de ptatas, pero quiero serlo. Nunca me canso de pronunciar esa palabra, fonéticamente exacta (trasto, trasto, trasto), pero si lo repito muchas veces direis que estoy loca. Y no lo estoy. Creo en la expiación. Creo que repitiendo este mantra me extenuaré para siempre y dormiré sin fantasmas. Lo creo que con toda mi angustia. Otros buscan otras cosas para creer y algunos, dicen, son felices.
Me siento y apoyo la cabeza contra la loza, que fresca me abraza. Sus manos se acercan despacito, abren el grifo, comprueban la temperatura, la encuentran a su gusto, me regalan el agua. El mundo se arruga como los dedos de un mocoso. Todo se reblandece y las cosas opacas se vuelven invisibles. Oigo voces que no hablan, siento caricias que nadie me dedica, y llena de mentiras soy feliz.
Apaga el grifo, algo de la sequía, dice. Llena las manos de jabón y las posa en mi cabeza, a veces quiero pensar que para sanarme... al menos alivia. Masajea a mis fantasmas y los asusta a los muy idiotas. Dice cosas que ya no escucho. Quiero dormir y no tener cuidado con lo que deseo. Y olvidar.... como deseo el olvido, la muerte si es la única manera. Que exista Dios si quiere, el demonio si es preciso, pero que el no exista, Dios. Solo que tu no me oyes y el me persigue o yo le persigo a él no lo tengo muy claro. Pero no quiero pensar en eso, en este momento puedo deshacerme de su manera de anularme, de los abrazos que escatima... Me jura terrores y yo me los creo. Me inflinge cicatrices que nadie ve pero que no paran de rezumar una sangre incolora, inhodora, insípida y seca. Hoy no le necesito ni estoy condenada a amarle el resto de mis días. Mis labios no pronunciaran la letanía de culpas y culpas y grandes culpas que yo siempre tengo. Mis párpados se ahogan pero nadie lo sabe.
Una amiga me llama el reverso oscuro de la autoayuda... pienso casi dormida. Ese y todo el resto de razones se cuelan por el desagüe entre agua tibia y olor a lavanda.
La peluquera habla y ahora seca y luego peina, delicadamente todo ello. Y yo imploro sigue hablando por favor, no sabes lo que significan tus manos, no tienes ni idea de lo importante que es tu voz. Pero no se lo digo por que hay cosas que no se dicen por que hay cosas que me dijeron que no se deben decir. No es que lo entienda, claro, pero callar callo igualmente.
Cada vez que me voy siempre espero que me diga que me quede. No creo que sea tanto pedir el hecho de que me detenga y me abrce y me obligue a escuchar la mierda del hilo musical for ever and ever.
Nunca sucede. El primer paso de aire libre ya me contamina. Noto la primera mancha, siento la primera gota que encharca porque no llueve.
Hasta que no puedo soportarlo y vuelvo