El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

jueves, agosto 16, 2007

Panteón

No me costó mucho dar con su correo electrónico ni pasó mucho tiempo hasta que me respondió que si, que aceptaba verse conmigo en una cafetería del centro..


Cuando llegue el ya estaba, lo cual no me sorprendió demasiado, por aquello de la omnipotencia y tal. A imagen y semejanza nuestra, Dios no era muy distinto de nada que yo no hubiera conocido antes. Un poco alto, algo moreno, quizás le sobrasen un par de kilos. Como si no fuera importante, como si fuera uno más.


Con un gesto de su mano complaciente, me invitó a sentarme. Apenas pude dormir durante la semana anterior barruntando preguntas, algunas de ellas agudísimas y otras, un poco tontas. Me imaginaba resolviendo secretos cósmicos, indicando a la humanidad el camino de la felicidad, resolviendo de una vez quien mató a Kennedy sin tener que verle los bodrios a Oliver Stone, pero delante de Él, no surgió ninguna, ni de las listas ni de las tontas, solo un incómodo silencio que se perpetúo eternamente. El miraba a la derecha mientras fumaba distraido. Yo miraba hacia la izquierda dando vueltas a la taza de un cafa cada vez más frío.


Y en medio, lo de siempre. Ruidos de vasos. Pequeñas conversaciones. Una maquina recreativa que da un premio de 8 euros. Una camarera con cara de aburrida y un camarero que se aburría con distinta cara. Una novia y un novio de más de 45 años que se hubieran encaramado el uno al otro si les hubieran dejado. Dos vecinas una con un carrito de bebe la otra más sola o quizá menos. Un ejecutivo que lee un periódico anaranjado y no se fija en una ejecutiva que lee un periódico de color naranja. Y más allá la calle. Y mucho más allá el mar. Una de mis preguntas era sobre algo del mar, pero no me acordé de ella.


Por eso, por la necesidad de hablar dije lo primero que se me pasó por la cabeza.


Parece que va a refrescar


Y Dios respondió con un poco de desgana: Lloverá


Y nada más


No me dejó pagar. Salimos a la calle. El se fue por la derecha y yo por la izquierda.


Nunca volví a saber de él.

lunes, agosto 13, 2007

Sistema métrico




Como el era muy pequeño eran tres pulgadas lo que medía.

Y como ella era grande grande le dijeron que lo suyo eran tres yardas de altura.

Y sin embargo nada más mirarse, se redujeron las distancias. El se subio a su nariz y ella le adoró con la yema de un dedo.

Los ecos de sociedad expandieron el escandalo, pero ni el, que se dormía en el bolsillo de su blusa ni ella desde tan alto, escuchaban los murmullos.

Fueron felices y ella nunca le pisó aunque ganas le entraran un par de veces.

P.D: El párroco poco antes de condenar tamaña aberración, se preguntaba curiso como se las apañarían para pecar. Durante el sermón, se le fue borrando la sonrisa.