El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

lunes, octubre 15, 2007

Teología

La diosa negra deja caer su vestido de seda que se posa sobre el suelo sin hacer ruido y lo único que separa a Fidias del abismo es el cinturon de anillos de plata que le recorre la cintura y le delata el pubis. Pezones de chocolate puro se yerguen eniestos ante sus ojos y la boca se le hace agua, ahogando las castidades. Nada es más cosmico que la diosa desnuda, ni siquiera su erección inmensa y descarada, que la señala sin recato.

Su cabello es la selva. Sus ojos las fuentes del nilo. Sus pechos las colinas de la infancia. Su coño el paraiso del que un día desterraron a los hombres. El cinturón de plata la única realidad que le separa del sueño. No se le ocurren más metáforas de tan desnuda como está la musa.

Se acerca la diosa y no suenan sus pasos, solo sus anillos y Fidias siente algo parecido al miedo, mitad por expectativas, mitad por supersticiones. Se tumba la diosa junto al cuerpo tembloroso de un tal Fidias y le arrebata la vida con su mirada. Toca la lengua de la diosa la nariz de un hombre que quizás una vez se llamó Fidias y le concede la existencia, regalo y venganza, del que solo los dioses saben. La diosa toma una de las manos del hombre y le deja esculpir sus divinas tetas. La diosa usa la otra mano para acariciar el miembro de la sombra que gime a intervalos precisos. Después la Diosa escala a Fidias y le permite blasfemar con libertad, mientras follan desmesuradamente. La diosa resucita en medio de un orgasmo furioso y cae con estrépito sobre las plumas de un ganso muerto. Esta vez si hace ruido. Esta vez existe.

Fidias despierta con el primer rayo del alba. No le causa sorpresa comprobar que ya no está la diosa. Los sueños le revelaron el tintineo de unos anillos de plata que se marchaban sin mirar atras. A pesar de ser un hombre racional no puede evitar un pellizco, llemenlo incertidumbre, llamenlo soledades. Desnudo se levanta, mira al sol y le insulta y luego pide perdón por su osadía y jamas vuelve a entremezclarse en cosas del cielo, tan grandes, tan hermosas.

Una mujer completamente desnuda pasea noventa kilos de desatadas lorzas por una habitación oscura de una ciudad cualquiera. Ríe con gozo y sin mesura y devora la mirada de un hombre que desde la cama contempla goloso su humanidad inmensa, mientras cuenta, con voz de bourbon y tabaco de picadura, las historias de las diosas prostitutas que, por una sola noche, regalan su cuerpo a desgraciados mortales a cambio de sus almas por toda la eternidad. Pronto la mujer hace lo propio y goza divinamente de los dones de su hombre, que se esmera en adorarla al menos, mientras su mortalidad se lo permita.

Quizás suene tambíen la plata en esa habitación sin apenas aire y con poca luz.

8 comentarios:

Blogger humo ha dicho...

Mago, cuando te sueltas en cualquier terreno careces de vergüenza.
Y eso es bueno para la salud.

9:16 a. m.  
Blogger Ana di Zacco ha dicho...

Sin palabras me he quedado, créame. Y abrumada. Bestial.

10:08 a. m.  
Blogger JeJo ha dicho...

Zifnab : Esta entrega tuya que acabo de leer sería, estoy seguro, un grandioso argumento para ser representado en ballet. Clásico, cuando hablas de la diosa y de Fidias, y contemporáneo cuando cuentas de la mujer de los noventa kilos y su amante.
Sería un exito indiscutido.

También me recordó el relato unas masitas que hay acá en mi pais y que se llaman " pezones de Venus " ... no sé por qué, pero, ¡ como me gustan !. Las masitas y los reales, claro.

Saludos.

6:36 p. m.  
Blogger la-de-marbella ha dicho...

Enlazar Diosa y mujer de 90 kilos como lo has hecho tú, es prodigio de la magia.

10:54 a. m.  
Blogger Bito ha dicho...

Hermosa visión para un hecho que a mí suele repugnarme.

Un saludo,

4:25 p. m.  
Blogger raquel... ha dicho...

Qué bien escrito. Te felicito. Has hecho dulce, hasta tierno, algo que en principio resulta sórdido

Un saludo :)

8:19 p. m.  
Blogger Trenzas ha dicho...

Un gran cuento; en parte, triste también, como el anterior, quenue aquí los horizontes estén al alcance de la mano.
Probablemente serían las diosas de Fidias tan hermosas como la que aquí describes. Y tal vez, el artista tuvo que enamorarse de alguna de forma inexorable; como Pigmalión de Galatea.
El mito acompañaría a Fidias en sus sueños :)
Y el final de este cuento, corrobora todo lo anterior; las diosas del deseo nacen en los ojos que las miran.
Y tal vez en alguna que otra hormona :)
Un gran abrazo, mago

7:18 p. m.  
Blogger Montse ha dicho...

Tengo una amiga chilena que utiliza una palabra que en castellano no existe (creo) y la tomo prestada para decirte que tu texto es una PRECIOSURA.

Un abrazo!!!

12:38 a. m.  

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