El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

miércoles, junio 21, 2006

Inmensidades


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El Ser Inmensamente Inmenso estaba solo, solo que el no la sabía.

Lo descubrió en el mismo instante el que apareció en su vida el Otro Ser Inmensamente Inmenso (y complementario). Ese día su alma engordó infinitamente, inmensamente enamorada.

Yacieron en camas inmensas. Se quisieron inmensamente y cuando descansaban, se decían cosas inmensas... entre susurros

Y una mañana, una cualquiera, inmensa por descontado, el Otro Ser Inmensamente Inmenso (y complementario), se había marchado. Sin dar explicaciones ni dejar remite.

El Ser Inmensamente Inmenso conoció el hueco que regala la soledad inmensa y sabiéndose incapaz de soportar tamaña inmensidad, estalló su alma en un inmenso big bang.

Desde entonces nosotros habitamos su vacío y nos hacemos preguntas inmensas.

martes, junio 20, 2006

Estolideces

Regresé

Abro la puerta y escucho los últimos retazos de conversación de las sombras que ocupan nuestras ausencias. Huele a cerrado y hace frío a pesar del fuego que me invitaba a Ítaca. Recorro con el dedo los lomos de polvorientos libros. Dejo la capa de viaje en cualquier rincón que luego no encontraré, pero eso ya no importa. Regreso.

Partí en pos de una respuesta y descubrí como dijo un poeta que lo importante no es llegar sino el camino. Asistí a tantas historias que no se si algún día me dará tiempo a contarlas todas, describiendo el bosque aquel en el que los árboles se habían vuelto del revés. Enseñaban las raíces y daban sombra a la ultratumba. La historia de la campesina que enloqueció por no quedarse embarazada y que por las mañanas se consolaba escondiendo una sandía bajo el vestido y a la que el campesino enamorado besaba el vientre en el que se escondía un hijo dulce y con pepitas. La leyenda de aquel hombre de Dios que tras descubrir que era el nuevo Mesías se había intentado suicidar tres veces por no creerse a la altura de las circunstancias. Y la de la sirena que no sabía nadar y también la del rey de la barba más larga del mundo cuyos súbditos se tapaban con ella las noches de mucho frío.

Conocí a los hombres sin alma que te roban el nombre y el derecho. A poetas que aún no se habían enamorado de nadie. A brujas hermosísimas que no perdonaban el te con pastas de las cinco. A gusanos chismosos y a un tablero de ajedrez en el que habían despedido al alfil y cuyos compañeros, con los peones deseosos de tener un puño izquierdo con el que amenazar al cielo, se habían puesto en huelga solidaria. Escuché lo que nunca nadie dijo jamás en ningún lado y me tome cervezas de esas frías que empapan.

Tantas cosas. Tantos recuerdos.

Pero el motivo del viaje pretendió ser una respuesta. ¿Por qué se seca el lago? ¿Por qué la luna ya no se desnuda? Pase por todos aquellos paisajes y por muchos más, siempre persiguiendo el origen de un río que ya no era lo suficientemente generoso. El río ancho, el río abrupto y luego el desfiladero y más tarde la estepa, y después los atardeceres enloquecedores en los que las cigarras estremecían con sus aullidos de odio puro. Más allá, la tierra del frío y por último la razón de mis desdichas. Un espejo. Un puto espejo que me miraba sin respeto Lo rompí en mil doscientos sesenta y tres pedazos y el cielo me condenó a vivir sin reflejo durante siete años. Ya soy menos pero más sabio. Ya estoy más viejo pero menos asustado

Me asomo. La hoguera sigue allí intacta. Veo que algún despistado se acerca a escuchar y me consuela el hecho de que aun haya gente en el mundo. Me enciendo la pipa. Descanso.

Fueron dos las conclusiones que extraje

a) Todo es mentira
b) Todo es verdad

Y yo, soy gilipollas

Dado que esto ya lo sabía y que lo otro no es que me aclare mucho, poco saqué

El lago está lleno de nuevo

La luna…