Todavía queda despertarse
Reencontrarte. Convertir tu voluntad en barro (a tomar por culo el polvo, mago soy y en barro, oido cocina, en barro, no en polvo, te convertirás) por que es barro lo que quieres ser, de ese barro fresco que se funde en el cuerpo y que tapona los poros y las heridas. Enredar tu cuerpo entre mis manos y esculpirte sólo por que tu te abandonas, dispuesta como estas. Hacerte más hermosa desde la mirada de un devoto.
Reencontrarte. Y desnudarte, que lo cortés no quita lo valiente, que en los amores pocas proezas se logran con el abrigo puesto, salvo si te llamas Humphrey y retas a las autoridades sanitarias en cada escena, bordando un cigarrillo con los labios, por muy centro de trabajo que consideren al estudio de cine. Lo dicho. No te vayas que lo tengo muy claro. Desnudándote estaba. Derribando las mentiras de seda para que tu verdad se me revele como una iluminación cualquiera. Budistas, judíos, cristianos y árabes, ecuménicamente juntos en la envidia de aquel, o sea yo, que tiene al alcance de su mano (y del consuelo) su panteón repleto de dioses, o sea tu.
Reencontrarte y mirarte. Obscenamente si quieres. Con lujuria, gula y algunos otros pecados capitales que se le olvidaron poner al copista de las Biblias, pero que pensó y existen. Emocionarme. No te tapes ni te cubras, olvida el pudor que te tienta, olvida el frío incluso, para el calor siempre hay tiempo. Un minuto más, por favor. Qué hermosa que eres. Qué bella. Acerco un dedo extendido. Te atravieso el pezón izquierdo. Lates. Te creo y desde ese momento, creo en tí.
Recorrerte. Deslizar mis manos por tus imperfecciones para: sentirlas, conocerlas, empaparme, borrarlas. Ahora eres yo y ahora no existen. Desde este instante, cada vez que te mires en el espejo, ya no sabrás reconocer que es la fealdad. Escalo tus pechos, me emborracho en tu pubis, me pierdo en tus ojos, me muero en tu seno. El mundo perdido, la luna invisible, el sol despistado. El pasado no existe. El mañana, ya veremos. Todavía queda despertarse.