El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

viernes, mayo 12, 2006

Donde el mar no se puede concebir


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Y el alcalde, como si de un prestidigitador se tratase levantó el pañuelo y descubrió una ciudad sin obras

Y la gente alborozada eructó un ooooohhhhh admirativo. No estaban seguros de que esa fuera su ciudad, pero era bonita en cualquier caso.

Y la dirigente de la oposición graciosamente invitada buscaba desperfectos que echar en cara en próximos comicios, radiante, eso si.

Y el obispo exclamo cachis añorando otros tiempos en los que la gente decía oooooohhhh cuando el hablaba

Y las prostitutas no decían nada. Les habían llevado a tropecientos kilómetros de distancia de cualquier retina inmaculada que pudiera anhelar sus servicios.

Y los carteristas decían ooooohhhhh mientras robaban la cartera a un señor que decía ooooohhhhh y me metía mano a su señora que decía oooohhhhhh mientras tenía sueños húmedos con el Paul Newman ese.

Y el alcalde sonreía. Y sonreía su mujer y sonreían los concejales. Y espontáneamente eructó un discurso y la gente volvió a exclamar oooohhhhh, tan sagaz y ocurrente fueron sus palabras. Nunca más una ciudad conquistada por las máquinas. Los ciudadanos, como la ley natural dicta, ya son dueños de su ciudad. Y todos oooohhhh para aquí y oooohhhh para allá. Tranquilos y tremendamente satisfechos del tiempo que les había tocado vivir. La guerra entre las excavadoras y el hombre la había vuelto a ganar el hombre.

Si no fuera porque en un recóndito lugar de la ciudad los obreros habían olvidado cementar una pequeña zanja. Nada importante comparado con todo lo demás, sólo una minúscula grieta en la que se habían modificado algunos detalles de la red eléctrica del barrio, “para mejorarla por supuesto”, aseguraba el concejal de urbanismo. Entusiasmados por el evento, los operarios habían olvidado sus cometidos y habían acudido en masa a la GRAN INAUGURACIÓN sin que se les pasase por la cabeza el tremendo error que habían cometido. La pequeña zanja hija legítima de dos gigantescas excavadoras que trabajaban en el ramal de la carretera de circunvalación que “expandiría el desarrollo comercial del barrio, de la ciudad y del país hasta límites i-n-i-m-a-g-i-n-a-b-l-e-s” y que estaba cristianamente bautizada por el obispo en un ataque mitad de cuernos mitad de cierto desequilibrio mental, había contemplado el esplendor de otros tiempos en que las máquinas caminaban entre los hombres y la dulzura con la que sus padres le daban un beso de buenas noches. Pero, sin solución de continuidad ni advertencia alguna, también había asistido entre espeluznantes gritos, a la masacre que aquellos seres tan blandos y tan bípedos había cometido en tan poco tiempo, mutilando poco a poco a su papa y a su mamá hasta convertirles en nada.

Frío era su rencor y larga su inteligencia, por eso esa misma noche despertó al martillo neumático que dormía a su lado, a un par de vallas que le protegían y a un pequeño y enternecedor escoplo que nadie sabía que hacía allí y del que incluso sospecharon al principio si no podía tratarse de un agente infiltrado, y les empezó a contar futuros grandilocuentes libres de seres humanos, en el que la zanjas, convertida en abismo, dirigía un mundo en el que las taladradoras, tuneladoras, apisonadoras y demás plebe podrían vivir y asfaltar en paz. Y los útiles que le escuchaban, le creían y rumiaban su venganza, que a no mucho tardar llegaría.

martes, mayo 09, 2006

Infancia de Zifnab. Capítulo I

Erase una vez en un reino muy lejano Bito me pidió os relatase un episodio de mi infancia. Y yo soy muy obediente y muy perezoso. Y aunque él no se acuerde yo si, por muy tarde que pueda llegar. Por Crom que sucedió como os cuento aunque os resulte dificil de creer. Así que, acoqui.

Dudo con la música así que van dos



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Quizás no lo entendáis. El y yo nos hemos dado cita en este enorme caserón para dejar de odiarnos y resolver nuestras cuitas de una puta vez de una forma civilizada. Nos hemos dado un abrazo, lo hemos hechado a suertes el ha sido el que se ha ido y yo el que tengo que buscarle. Cuando le encuentre o el me mata a mí o yo le mato a él. El tiene una pistola y yo tengo la mía, ocho balas cada uno. Y no más odios. Se acabó.

Estoy en un salón. Apenas puedo respirar, creo que mis pulmones están mas o menos tan cagados de miedo como yo y en cambio el corazón está hecho un valiente y ni taquicardias ni infartos. Al parecer ha hecho amistad con el reloj de pared de la habitación y los dos caminan acompasados. El reloj es odioso pero a mi corazón le tengo cierto cariño, las cosas como son.

En un instante comenzaré mi búsqueda. En apenas diez quince minutos o estaré vivo o estaré muerto, según se haya levantado el día. Sentiré como me abrasan las entrañas o el tacto tibio de un arma que ha cumplido su labor. Pero antes, un segundo no más, tengo que hablarme y hablaros. Y respirar. Bueno ya está. Que empiece la función


Le señalo a la muerte su lugar de trabajo y ella cual Judas me dice si estoy tonto. Apuntas a una pared blanca perturbado. Y es que ni siquiera me he movido de donde estaba hace un párrafo. Es la tensión, me digo, es tu madre, me respondo. Disparo una dos y tres veces y el eco de la primera se me pierde en el camino. Creo que he matado a una pared blanca que ninguna culpa tenía la pobre. Como un angelito se ha quedado, blanquísima y lívida con tres polillas que me acusan.

No importa. Ahora que está muerta igual hablan bien de ella y si, se que me estoy volviendo loco, pero es o él o yo y nunca había tenido tantas papeletas en un concurso, ya es mala suerte la mía que sea en uno en los que al ganador Santa Lucía le regala una caja contigo de sorpresa. Me estoy volviendo loco, tanto que tengo que marcharme, dejar de escuchar el reloj incesante dejar de escuchar mis tripas desbocadas, a mi corazón impasible y a los inútiles de mis pulmones. Tengo que matar o ser muerto pero lo que sea que me quite este pavor pegajoso que no me deja ser invisible

Grito. Grito inhumanamente aunque tan humano sea gritar. Grito hasta el momento exacto en que mi garganta estalla y mi boca se llena de amarga sangre y mi último indicio de existencia se desvanece. Y es entonces, cuando salgo corriendo y abro la puerta y la cierro salvajemente, y abro otra puerta, y la cierro salvajemente y la tercera que abro me insinúa una sombra y la disparo sin apuntar y le apunto y luego disparo con los ojos cerrados e idiotas y por fín atino a hacer las dos cosas a la vez. Apuntar disparar y mi reflejo grita en un espejo que las dos primeras balas han roto en tres pedazos. He asesinado a mi imagen y semejanza y solo están vivos sus ojos que me miran con odio. Maté una pared pálida, mate a mi alma de los espejos por loque estoy condenado a no volver a pensar que me sienta mal una camiseta cuando entro en un probador. Mierda de asesino estoy hecho. Me queda una bala y una muerte y dadas mis estadísticas estoy jodido. Cierr la puerta, con delicadeza está vez. Una cosa es la muerte y otra muy distinta los modales.

Deambulo, entro y cierro y el estómago se me da la vuelta a cada paso. Escucho tiros y ecos que los repiten y tal vez los devuelvan, pero no se si quedan cerca o infinitamente lejos. Ya nada suena, ni mis pasos ni mis pulmones, hace mucho que dejé de escuchar el reloj y mi corazíon que lo añora, está cada vez más apagado. Sería la hostia que el otro no tuviese que pegar ni un solo tiro para ganar. Así que entro y cierro y luego abro y busco y tengo miedo y allí está él

Me ha visto antes. Lo se porque le he visto tres ojos, dos que creo recordar que cuando éramos amigos eran marrones, pero ahora son rojos (le sentaban mejor antes) y otro que es negro como el infierno y tiene exáctamente nueve milímetros de calibre. El me sonrie y su tercer ojos se enerva y me dice adios....

Solo que yo no me entero. Un zumbido me vuela la oreja, pero a esas alturas no es que sea mucha cosa. Etoy tan frenético que es luego cuando me entero de mi nuevo piercing. El ya no sonríe porque ha vuelto a disparar pero debe ser que le ha pasado como a mí. A lo mejor ha asesinado a un jarrón chino o a una cómoda del año del catapum, pero sea a quién sea a quien le haya disparado, se le ha comido todas las balas y solo le ha dejado espanto. No lo dudo. Hago todo como debe de hacerse. Abro mucho los ojos, apunto, disparo y sonrío. El muere y yo, gano. Y no, no tengo remordimientos.


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He decidido poner una tercera canción para compartir nostalgias. Ah y si habeis llegado hasta aqui no estaría del todo mal que leyeseis el último párrafo para que mi infancia no os asuste



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Álvaro levántate le digo. Álvaro se levanta. Su habitación huele a la pólvora de los pistones y los dos sudamos después de llevar toda la tarde persiguiéndonos por su enorme casa. Unas veces muere uno y otras otro, pero los pistones se nos han acabado por lo que decidimos poner fin a la masacre. Asi que, descojonados por los sustos que nos llevamos con los putos pistones, aprovechamos y nos vamos a merendar. Tenemos 8 o 9 años y aún no sabemos que no vamos a ser amigos para toda la vida. Y da un poco igual poque al fin y al cabo, ese día nos lo pasamos bien. En el futuro cada uno será médico o mago o lo que le venga en gana ser o incluso lo que le dejen, pero yo ahora si no os importa me voy a merendar un bocata foie grass de la hostia que nos ha preparado su madre. Además juega el Estu y el resto de la tarde nos la vamos a pasar gritando como bestias cada vez que Russell machaque en las narices de Iturriaga. El Estu perderá, claro, pero eso aún no lo sabemos, así que no me lo contéis.