El centro del lago de la luna

Una pequeña Republica del desconcierto y la desazón.

viernes, septiembre 22, 2006

Cubitos

El hombre se despertó una mañana con los labios fríos. Y la otra y la siguiente. Y sin saber la causa, le dio vergüenza y no dijo nada a nadie. Por mucho que se frotaba con las toallas, con el embozo de las sábanas o con las manos, por mucho que que se esmerase con el secador o por muy caliente que bebiera el café, la desagradable sensación no se marchaba hasta muy entrado el día para volverle a saludar a la mañana siguiente. Negó tres veces a su mujer el beso rutinario que todas las mañanas se arrojaban sin que a ninguno de los dos le importase demasiado la ausencia ni ningún gallo cantase la infamia. Y sin embargo como hombre pragmático que se preciaba de ser decidió contárselo a la gente más cercana. A su mujer. Al vecino del A. A su jefe. También al médico.

“Tengo los labios helados”, les dijo

El jefe se quedó callado un buen rato y con gesto sombrío le comentó que sería mejor que se tomase unas buenas vacaciones

El médico le sonrío burlonamente y le anotó el teléfono de un psiquiatra

La mujer, esta vez sí, aprovechó la excusa para marcharse para siempre. Si además de todos los fríos que das, lo son también tus besos, ya me contarás, le comentó como toda excusa

El vecino del “A” puso una cara extraña, le miró con odio, le soltó una bofetada y no volvió a hablarle

Tenía que haberme callado pensó, solo y con los pies tan fríos como los labios a partir de entonces.

Una noche cualquiera el misterio le fue revelado. Quizás lo comprendió antes y lo olvidó asustado. Da igual. Salió de esas dudas y le entraron otras que es más o menos lo que siempre sucede. Fuera por un rumor o un aroma o por un contoneo lo suficientemente intenso como para arrebatarle el sueño, lo cierto es qué, ante sus anochecidos ojos y sin que la sombra de la pesadilla o el sueño le hiciera dudar ni por un instante de la certeza de lo que veían, contempló la, si bien insustancial e intangible, indudablemente hermosa silueta de una muchacha fantasma que le regalaba toda la gélidez de la muerte en un prolongado beso, tan insípido como memorable.

Fue la muchacha sin embargo la primera que sucumbió al espanto y, viendo abierta la mirada de su amante, dio un respingo hacia atrás que le separó de su vera. No fue mucha la distancia, la justa como para que la oscuridad, un tanto difuminada por la fosforescencia que la muchacha emitía, no impidiese al hombre apreciar la belleza de los fantasmales rasgos, la exactitud de sus líneas brumosas, la sensualidad de aquellos ojos sin color definible. Por todo llevar, vestía la joven un rasgado camisón y entre los remiendos se apreciaban rotundas formas de encandilar. Dijo la chica

“Pero tu no eres…”

Y luego añadió

“Pero también eres guapo…”

Y liberándose de lo poco que le separaba de la desnudez, saltó hacia el atribulado hombre y continúo con lo del beso y siguió con otras cosas. Extraña es la cópula entre vivo y muerta, fundamentalmente, por las dificultades que entraña el tema de la fricción, tan importante en relaciones más cotidianas, y aunque quedaría hermoso hablar de sentimientos más profundos que la muerte o de etéreas maneras de mirarse, lo cierto es que existen otras formas de obtener el placer, que no por poco refinadas dejan de ser tremendamente eficaces, al menos en lo que al vivo pudiera referirse.

Todas las noches desde aquella aquel hombre aguardaba despierto a su bella fantasma. y durante muchas de ellas se repitió el ritual herméticamente fiel. El mismo susto, las mismas palabras, la desnudez perfecta y la extraña caricia. Durante esas inolvidales noches, aquel hombre tan prosaico relegaba el placer inmediato no dejaba de regodearse de su fortuna futura. Nunca me pedirá nada. Podré irme de la casa sin dar explicaciones y acostarme con cuantas mujeres desee sin reproches ni morros. Por muy viejo que yo acabe, ella siempre permanecerá joven, jamás se le caerán los pechos y nunca podrá engordar. Bastará mudarme para terminar la historia si es que a la chica le da por ponerse pesada.

Hablar solo tiene un problema. Te impide escuchar a los fantasmas

Por eso, si hubiera prestado un poco mas de atención hubiera descubierto como cada noche que pasaba ,la chica miraba más arrugada y más gris. Brillaba menos en la oscuridad y dejaba la mirada en lugares que nadié supo encontrar pero que nunca eran el cuerpo del hombre. Tampoco sus ojos. Cada día fue mayor el silencio hasta aquel en el que no se oyó ni un suspiro, la tristeza se volvió intolerable, y la chica, más tangible que nunca, con ojos trágicos, le reveló entre sepulcrales murmullos. “Amé, amé mucho, tanto que siempre fue demasiado y claro….” Y tras ese claro, ininteligibles parlamentos que solo unos pocos sabrían escuchar y ninguno explicarlo “amé mucho. lo suficiente como para darme cuenta de que no te amo y que todo es tragedia. Otra vez lo supe, lo olvidé y ahora lo se de nuevo. Adios". El hombre nada respondió pues se había quedado dormido. Lo hizo por última vez con los labios helados.

Ni la noche siguiente, ni la otra ni la tercera regresó la muchacha fantasma y el hombre pensó “me quedé solo de nuevo” sin que aparentemente le diera mucha importancia. Como mucho la de una mujer más a la que no amar. Se desmoronó su pantomima en el momento en el que, al toparse en el ascensor con el vecino del C (el del A bajaba siempre por la escalera desde aquel episodio tan desagradable) y verle algo pálido y desmejorado, le preguntase qué era lo que le sucedía

Ostras tú. No se que es lo que me pasa que llevo tres mañanas despertándome con los labios congelados.

El vecino del C descubrió 3 meses después la razón por la que aquel maniaco le rompió la nariz de un puñetazo

9 comentarios:

Blogger Blanche ha dicho...

la frialdad nos quema por dentro...pero es involuntaria

11:04 a. m.  
Blogger Montse ha dicho...

Escuchar a los fantasmas... quizá tengo que aprender a hablar menos. Un beso.

12:50 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Entonces, quizá cuando tenga frío en la cama o mejor, dicho, sienta el frío, quizá deba despertame por si acaso tengo compañía ¿no? De todas formas y siempre lo haré en silencio para escuchar. Besos

9:13 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

"Hablar solo tiene un problema. Te impide escuchar a los fantasmas"

Hay personas que oyen pero no escuchan y esa carencia la trasladan a todos los ámbitos de los sentimientos.

Un placer leerte.

Besos y gracias por tus buenos deseos.

8:34 p. m.  
Blogger GLAUKA ha dicho...

Preciosa historia.
Yo tengo congelado el alma.

10:48 a. m.  
Blogger Zebedeo ha dicho...

La fantasmita es una fresca, va de piso en piso con la excusa de que ya no los quiere. Cuando acabe con el edificio ¿se irá a otro?.

Ahora me explico que, cada vez más, vea a hombres con la lengua pegada a la máquina de hielo, a la de helados y a cualquiera que expela frío.
:)

5:54 p. m.  
Blogger Lula Towanda ha dicho...

Desde luego eres fantástico: el ardor de lo celos por el gélido beso de al muerte. Me ha encantado y hasta lo he entendido :-)
En la línea más prosaica me pregunto si algún fantasma me besará los pies mientras duermo, porque siempre los tengo helados.

6:17 p. m.  
Blogger cieloazzul ha dicho...

joooooooooooooooooo SEÑOR!!!
pero si vamos como una montaña en ascenso!!!
cada día, y el siguiente y así me gustan mas y más sus relatos....

me quedo con ésta..
El mismo susto, las mismas palabras, la desnudez perfecta y la extraña caricia

besos...

8:36 p. m.  
Blogger sergisonic ha dicho...

"¿A quién vas a llamar?" ¡Ghostbusters!

Imagino a Bill Murray conquistándola...

saludos sónicos

9:39 p. m.  

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